Con una reverencia no basta. Lo de Uruguay es superlativo. Es un equipo forjado por un metal extraterrestre y bañado en sufrimiento. Nunca, parece, dará dos pasos en falso, pero tampoco dos bien seguidos si la situación no lo amerita.
Ayer volvió a demostrar que nada puede detenerlo, ni el destino que lo había hecho tropezar en el debut con Costa Rica, la reina de un Grupo D que ayer desapareció para siempre, y que no contará con los que a priori eran candidatos a avanzar en la zona de la muerte: Inglaterra e Italia.
La “azzura” fue la víctima de turno de los “charrúas” en un partido discreto, pero atrapante. El empate era negocio para los europeos y quizás eso terminó siendo el fusible descompuesto del team de Cesare Prandelli. Se equivocó el DT italiano. Hasta dejó la impresión que le dio a la espalda a su propia ideología. Volvió a foja cero: a jugar al catenaccio.
Más que llegadas de peligro, lo que hubo durante los 95’ fue tensión. Apenas una de Andrea Pirlo que se fue cerquita o dos intentos de Luis Suárez, disminuido y lejos de ser el que mató a los ingleses.
Fue una clase de ajedrez en versión reducida. Uruguay no se destaca por ser feroz si debe atacar. Lo suyo es la contra. Italia, por caso, tampoco sabe esperar, o por lo menos eso había enseñado Prandelli. Bueno, ambos cambiaron roles e intentaron jugar a lo que acostumbra el otro. Intentaban sin suerte.
Hasta que Claudio Marchisio se convirtió en la carta del triunfo uruguayo. Vio la roja el italiano y ahí no hubo otra que defender. Italia lo hacía bien, pero nunca contó con que Godín pudiera dominar el espacio aéreo con tanta facilidad y cabeceara ese córner con tanta pasión que ni dos Buffon podrían haberlo atajado. Italia sentenció su futuro por amarrete. Uruguay torció el suyo, por determinado.